A poco más de un mes de la elección de consejeros constituyentes, no se observa en el país una mayor motivación en la materia. El desgaste de la temática constituyente ha sido importante desde la secuencia de la rebelión social de 2019, el plebiscito habilitante de octubre de 2020, la elección de convencionales de mayo de 2021 y, finalmente, el plebiscito de salida del 4 de septiembre de 2022, que terminó frustrando los procesos previos.
El acuerdo político de diciembre de 2022 relanzó el proceso, pero supuso la recuperación del poder constituyente por el Congreso, contrariamente al pronunciamiento ciudadano mayoritario en sentido contrario de 2020. En este espacio institucional se expresa en plenitud el peso de la derecha en el uso de los vetos derivados de los altos quórums existentes para la aprobación de normas constitucionales. Este sector impuso un sistema de elección que, como espejo del que elige a los senadores, limita severamente la proporcionalidad de la representación y establece una gran desigualdad del voto. Penalizar a la ciudadanía de las regiones más pobladas constituye una evidente anomalía democrática.
Se establecieron, además, limitaciones a la potestad de la instancia que será elegida el 7 de mayo próximo notoriamente impropias. Los representantes que resulten elegidos se encontrarán con temas que no podrán discutir y con un borrador hecho por “expertos”, en realidad representantes políticos de la derecha y la centroizquierda e izquierda nombrados por el Congreso. Estos podrán incluso observar articulados y participar en votaciones que diriman discrepancias.
Era todo eso o nada. De este modo, solo el voto obligatorio podrá salvar al nuevo proceso constituyente de una indiferencia generalizada.
Ante la imposibilidad de conformar una lista que agrupara a todas las fuerzas distintas a la derecha, como hubiera deseado el Gobierno, las izquierdas –agrupadas en una lista del PS y Apruebo Dignidad (Frente Amplio, PC, FREVS y Acción Humanista)– probablemente habrán de señalarle a la lista autodenominada de centro –compuesta por participantes de la coalición de gobierno como el PPD y el PR y un partido que, como el PDC, no forma parte de él– que sus votos en muchos casos favorecerán la elección de más constituyentes de derecha. Esto resulta de la mecánica del poco proporcional sistema electoral del Senado adoptado para este evento.
Es posible que los partidarios del Gobierno deban señalarle que puede volver a producirse un voto de castigo en su contra, especialmente por los temas de orden público y la ausencia de iniciativas sociales de envergadura. Promoverán seguramente una narrativa sobre seguridad que resalte los parámetros de acción que no estén al vaivén de los episodios delincuenciales, repercutidos hasta la saciedad por los grandes medios de comunicación y que por desgracia siempre se producirán (la cero delincuencia no existe). Seguirle la corriente al populismo penal no hace sino favorecer a la derecha, pues ese es su terreno.
Y posiblemente los partidarios del Gobierno plantearán la necesidad de más impulsos sociales que se agreguen a los ya logrados. Entre estos se cuenta el avance del proyecto de reducción progresiva de la jornada laboral de 45 a 40 horas y la aprobación del aumento del bono marzo y de la asignación familiar. Y también, asociados al universo que recibe esta última, los subsidios temporales a los precios de los alimentos a través de una tarjeta de compras electrónica. Este es un innovador mecanismo que debiera transformarse en un método permanente de devolución del IVA de productos básicos y medicamentos a los grupos de ingresos medios y bajos. Una mayor provisión de bienes públicos en urbanismo integrador y seguridad, un aumento progresivo de la pensión universal, de los subsidios familiares y a la vivienda, combinado con un nuevo plan de apoyo al cuidado de personas, podría terminar de configurar un sistema de redistribución justa de cierta envergadura que avanzaría en la disminución de las enormes desigualdades de ingresos y de bienestar existentes en nuestra sociedad. Esa envergadura será menor a la que podía concebirse antes del rechazo de la reforma tributaria, pero podrá tener niveles iniciales que tengan un impacto en la condición de vida de la mayoría. Y que generen una aprobación social que facilite nuevos cambios tributarios progresivos en el futuro próximo.
El Gobierno debiera, además, dar un fuerte impulso a una política del litio que recupere este recurso para el país, en vez de dejar su extracción y ganancias principales en manos de empresas privadas como SQM, que se ha permitido interferir de manera ilegal en las decisiones del sistema político y en las campañas electorales. Sus contratos de explotación en el Salar de Atacama no debieran ser renovados y ser puestos en manos de una entidad pública.
También debe fortalecerse Codelco y el cobro de regalías sustanciales a la minería privada, ampliando la capacidad recaudatoria antes que vaciando de contenido el proyecto de ley en tramitación. La nueva legislación debe incluir tasas muy altas sobre las ventas –eliminadas en el Senado– cuando se supere un umbral de precios del cobre, como estableció el proyecto aprobado en la Cámara. Centrar la regalía en los márgenes operacionales se presta para la elusión del pago, pues depende de información proporcionada por las empresas. La necesidad de una legislación seria sobre regalías no es arbitraria: todas las proyecciones indican un nuevo ciclo largo de altos precios del cobre.
Esta renta no tiene por qué seguir siendo regalada a inversionistas privados. Si esos recursos pertenecen a la colectividad, lo que es el caso desde 1971, es esta la que debe recibir su valor económico. Hacer otra cosa no sería congruente con cualquier idea de mayor progreso social y de retención nacional de la renta en las coyunturas de altos precios de los recursos naturales no renovables. Sin esto, la propia noción de Estado democrático y social de derecho carece de mayor sentido.
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