Hay hechos recientes ocurridos en la Estación Espacial Internacional (EEI) que, no por estar allá arriba, por encima de los conflictos terrestres, dejan de convocar a un análisis por sus proyecciones de largo plazo. El domingo 26 llegó al puerto ruso (porque hay dos puntos de acoplamiento, uno de Rusia y otro de Estados Unidos) la cápsula Soyuz MS-23, lanzada desde el cosmódromo ruso para llevar una carga de 430 kilos con medicamentos, equipos de limpieza, refuerzos en el control de pureza atmosférica, apoyos en producción de agua y materiales de experimentos. Llegó sin tripulantes porque su misión es rescatar a los dos cosmonautas rusos y uno norteamericano que quedaron varados allá arriba cuando, a mediados de diciembre, se descubrió una falla en el sistema de refrigeración en la cápsula Soyuz MS-22, algo esencial para el regreso a la Tierra. Ya tienen una nave de repuesto para el regreso, pero solo podrán hacerlo en septiembre, porque se quiere que estudien más sobre el origen de la falla y otras determinantes tecnológicas ligadas a ella. Así los rusos – Sergei Prokopyev y Dmitry Peteli completarán un año de convivencia en el espacio con el estadounidense Frank Rubio.
Por otra parte, este viernes 3 de marzo, después de un retraso de dos días, pudo llegar a la EEI la misión de la cápsula Crew-6, lanzada desde la plataforma en la Florida en operación conjunta de la NASA con SpaceX. Viajó con cuatro tripulantes: dos norteamericanos, un ruso y un astronauta de Emiratos Arabes Unidos. Los tripulantes sustituirán al equipo de dos estadounidenses, un ruso y un japonés que están desde octubre 2022 en la imponente estructura espacial.
“No puedes poner los pies en la tierra hasta que no has tocado el cielo”, escribió hace tres décadas Paul Auster en su novela El Palacio de la Luna. Y esa frase parece iluminar un poco la reflexión sobre lo que ocurre hoy en la relación entre Rusia y Estados Unidos. Aquí en la tierra las dos potencias nucleares juegan las cartas de las amenazas extremas a partir de la guerra en Ucrania. Bombardeos, destrucción, muertes, crisis alimentaria para el mundo, incertidumbre desde que Putin ordenó la invasión y, por otro lado, Joe Biden incrementa el poder de la OTAN y su fuerza militar para sostener a Zelenski. Allá en el cielo, rusos y estadounidenses, junto a astronautas de otras nacionalidades, conviven en el afán de seguir adelante para la misión por la que la Estación Espacial fue creada: ser un laboratorio de investigación para la aventura del ser humano en el espacio. Los que están en el cielo trabajan juntos, los que están en la tierra luchan con las armas para imponer su estrategia. Pero hay señales inquietantes: la amenazante nueva Guerra Fría parece querer subir hacia los cielos.
La Estación Espacial Internacional es hasta ahora un proyecto de colaboración multinacional entre cinco agencias espaciales participantes: NASA (Estados Unidos), Roscosmos (Rusia), JAXA (Japón), ESA (Europa) y la CSA/ASC (Canadá). La administración, gestión y desarrollo de la estación están establecidos mediante tratados y acuerdos intergubernamentales. La estación circula alrededor del planeta a 400 kilómetros de altura y por eso sirve como un laboratorio de investigación en microgravedad donde habitan por semestres (pero a veces por más, bajo circunstancias especiales) grupos de astrónomos para realizar estudios sobre astrobiología, astronomía, meteorología, física y otros muchos campos. Es allí también donde se prueban sistemas y equipamiento necesarios para la realización de vuelos espaciales de larga duración, como pueden ser las misiones a la Luna y Marte. Cada día la EEI da 15 vueltas alrededor de la Tierra. O, en otras palabras, cada 93 minutos hace la ronda entera en torno del planeta. Es sorprende la frecuencia con la cual van y vienen los módulos que visitan la estación espacial en misiones de logística: las Soyuz y Progress rusas, las Dragon y Cygnus estadounidenses, el Vehículo de Transferencia H-II japonés y, anteriormente, el Vehículo de Transferencia Automatizado europeo y el Transbordador Espacial. La Dragon permite el retorno de carga a la Tierra, capacidad que se utiliza, por ejemplo, para traer experimentos científicos de vuelta y poder realizar un análisis más exhaustivo.
En 2024 vence el acuerdo bajo el cual Rusia y Estados Unidos han compartido los accesos y usos de la EEI. Iba a ser hasta 2030, pero ya en julio de 2022 Rusia anunció que volverá a ir por libre en la carrera espacial, construyendo su propia estación espacial. Así lo explicó Yuri Borisov, nuevo director de Roscosmos, la agencia espacial rusa, reconociendo que el conflicto entre Rusia y el mundo occidental tendrá como consecuencia la finalización de esta cooperación espacial. Mala noticia sin duda.
Lo aportado por la EEI desde noviembre 2000, cuando llegaron allí los primeros residentes para plazos largos, ha sido una experiencia de vanguardia para el mundo que viene. Desde arriba la Tierra se convierte en un todo que parece más integrado y donde las preguntas sobre el futuro se hacen más universales, más ligadas a los verdaderos desafíos que hoy golpean a la humanidad como un todo. Borisov trata de tranquilizar al sistema internacional cuando dice: “Por supuesto, cumpliremos con todas nuestras obligaciones con nuestros socios, pero la decisión sobre abandonar esta estación después de 2024 ha sido tomada”. Igual no será tan fácil para Rusia pasar a tener otra vez su propia estación, como fue la Mir-2 en los años 90, la guerra ha tenido altos costos.
China hizo historia en 2019 al convertirse en el primer país en aterrizar una sonda en la cara oculta de la Luna. Y sigue apuntándose logros impresionantes, más recientemente su misión Chang’e-5 para extraer muestras lunares. La próxima fase de competencia en el espacio será establecer una base minera en la Luna, señaló Anne-Marie Slaughter, exdirectora de Planificación de Políticas en el Departamento de Estado en tiempos de Obama, en un artículo escrito a comienzos de 2021. Esto, porque la minería lunar tendrá importancia por dos razones.
Primero, el hielo en la superficie de la Luna se puede convertir en hidrógeno y oxígeno y utilizarse como combustible para cohetes, lo cual es crucial para las misiones del espacio profundo. Segundo, porque la superficie de la luna contiene metales de tierras raras sumamente valiosos que se utilizan en tecnologías como teléfonos celulares, baterías y equipos militares. Por ello, la autora proponía buscar una forma de cooperación entre Estados Unidos y China en la conquista espacial, cuestión ya totalmente descartada por ambas partes. China está construyendo su propia estación espacial que ya ha declarado abierta a acuerdos con otros países.
El año próximo debiera tener lugar la Cumbre del Futuro convocada por las Naciones Unidas. Allí estarán los temas de la agenda contemporánea que reclaman acción colectiva y cooperación. Cuestiones como la seguridad alimentaria para una población ya mayor a 8.000 millones de habitantes, los efectos del calentamiento de la Tierra y el cambio climático, la transformación energética y la lucha preventiva contra las pandemias dominan la agenda. Pero la cooperación espacial también debiera estar, buscar la forma de que la experiencia acumulada en los últimos veinte años sea la dominante. El secretario general de la ONU debiera poner especial empeño en esto porque, si así no ocurre, lo que viene será una tragedia en este caso, literalmente, de dimensiones siderales.
- El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.