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Son las dos de la tarde del 5 de marzo del 2023. Voy en una van conversando con Mauricio Durán. En realidad nos vamos riendo, porque el guitarrista y uno de los principales compositores de Los Bunkers le muestra un video del comediante Felipe Avello a Larissa Carpinteyro, su pareja de nacionalidad mexicana, que va sentada junto a él. Yo estoy en la otra fila, en un asiento individual a la altura de ellos y, al escuchar la voz de Felipe, no puedo evitar reírme y comentar que soy fan de “Pececillo”. En la misma fila, detrás mío, va somnoliento Álvaro López, vocalista del grupo, con el que recordamos brevemente un concierto en Concepción en homenaje a Jorge González y su obra, producido por el mítico Ricardo Mahnke, gestor de la primera presentación de Los Prisioneros fuera de Santiago en 1984. En el homenaje, Álvaro interpretó junto a la orquesta sinfónica de la ciudad canciones del ex Prisionero, y fue el mismo día en que lo entrevisté por primera vez. Detrás de Álvaro duerme su hermano, el bajista Gonzalo López, y en la última fila, el baterista Mauricio Basualto se estira para dormir en los asientos del fondo. Desde que me reuní con ellos a las doce del día en la ‘Casa Bunker’ en la comuna de Providencia, la palabra “cansancio” ha aparecido varias veces.
Abrir las puertas que mandé a cerrar
Cuando llegué, Mauri Durán llegaba a la casa junto a Larissa, con una marraqueta y otros alimentos en una bolsa. Después de saludarnos y entrar, me guió hasta la cocina y preparó desayuno: panes con palta y mantequilla para él y su novia, mientras que a unos metros, en el patio, Mauricio Basualto se zambullía en la piscina de un piquero.
En la van, a las dos con diecisiete de la tarde, Francis Durán, compositor, guitarra, teclado y voces, parece concentrado, taciturno, con la vista fija hacia al frente. A su lado, con los ojos cerrados, va Cecilia, su pareja, también Mexicana. Francis lleva puestos lentes de vidrio rojos y usa una camiseta con la imagen de Gato Alquinta, músico fallecido del grupo chileno Los Jaivas. La prenda que viste es parte de la colección de poleras de Gráfica Popular, emprendimiento textil independiente. Entre los asientos de los hermanos Durán, los adolescentes Julieta López –hija de Álvaro– y Gabriel Durán –hijo de Mauricio– conversan mientras revisan la bolsa de golosinas que Tabaré Couto –actual mánager de Los Bunkers, de nacionalidad uruguaya, autor de libros musicales y conocido productor discográfico en la industria chilena– llevó para amenizar el viaje de la banda hacia el ensayo general, que se materializará en la localidad de Curauma, en la Región de Valparaíso, a 120 kilómetros de Santiago. Los chiquillos deciden compartir una bolsa de “Tikas”.
Larissa contempla en silencio el paisaje por la ventana. Al mirar también hacia afuera, veo a los árboles y montañas ir en retroceso, como si el tiempo fuera hacia atrás y llegáramos a Santiago otra vez. Seguimos en inversa, se hace de noche, de día, de mañana, de tarde, y llegamos a un momento de hace cuatro días, en el que Los Bunkers ofrecieron un show sorpresa y gratuito para fans y amigos de la banda, en la añosa discoteca Blondie que se levanta en el centro de Santiago. El local ha resistido el paso del tiempo, manteniéndose vigente con fiestas de corte kitsch, bailables góticos y los eventos “Open Blondie”. Al encuentro con Los Bunkers asistimos seiscientos corazones, y palpitamos juntos con el emocionante reencuentro, previo a la cita histórica oficial del fin de semana en el Estadio Santa Laura. En el lugar, el espíritu Bunker se apoderó de los presentes, se metió en el cuerpo a través de la cerveza y por los poros gracias al sudor que estaba en el ambiente. Para muchos, Los Bunkers se han convertido en la última gran banda de rock chilena y se brinda por ello golpeteando los vasos de plástico que emiten un suave clin, perpetuando de esta manera uno de los reencuentros musicales más esperados de la última década.
Es imposible no asociar el momento con la reunión de Los Prisioneros en el 2001: estamos frente a un hito similar de la música chilena en cuanto a convocatoria y atención mediática. Incluso, la cantidad de años distanciados es parecida, ambas agrupaciones hicieron un alto de casi una década. Que Los Bunkers hoy sean un suceso, jamás lo advertimos los veinteañeros renegones de principios de los dos mil. Ellos no lo saben, pero yo no era pro Bunkers. Durante los años que el grupo saltaba al éxito, pensaba que eran una copia de Los Tres y cambiaba de canal, dejando de ver el videoclip de “Yo sembré mis penas de amor en tu jardín”, grabado en el Parque Forestal. Esa era yo y esos eran mis amigos también. Existía en esa época una predisposición negativa con el grupo, sobre todo para los que éramos de una generación un poco mayor. Parecía ser que si te gustaban Los Bunkers, estabas traicionando de alguna manera a Los Tres. Qué bajón.
A veces me pregunto: ¿qué diría yo si mi versión del año 2001 hubiese sabido que Los Bunkers en el 2023 se convertirán en un suceso y que sería yo precisamente quien escribiría desde su intimidad los entretelones de su última semana de preparativos para sus shows en el Estadio Santa Laura?
Camino sin disfraz
En Curauma nos recibe un equipo de personas de AudioPro, compañía de sonido que trabaja milimétricamente en los detalles de lo que será el sonido y puesta en escena de los conciertos del fin de semana. El lugar es un galpón enorme, lleno de cajas de sonido, cables, micrófonos y personas de distintas disciplinas poniendo lo mejor de sí para que el grupo suene y se vea a la altura de las circunstancias. Reconozco a Guayi, vocalista de Papa Negro, banda funk muy respetada en los 90, que hace años se dedica profesionalmente al universo de las visuales para conciertos. También está una eminencia del sonido: el productor musical Chalo González, a quien tengo la oportunidad de acompañar minutos más tarde y mirarlo trabajar en su espacio.
Los Bunkers llegan a hacer grabaciones de varios videos promocionales, que invitan a escuchar en diferentes plataformas “Rey”, su nuevo single, y también a ver el videoclip que fue grabado en el Parque Cultural (Ex Cárcel) de Valparaíso y dirigido por la destacada cineasta chilena Cami Grandi. Los observo trabajar y me llama la atención que, sin organizarse, se turnan la palabra espontáneamente ante las cámaras, para repetir un texto improvisado. Son divertidos, bromistas, se siente que la conexión está ahí, que el engranaje está aceitado: se mueven las piezas de esta gran máquina de creación y complicidad que son Los Bunkers.
En el segundo piso hay un catering para el grupo y su staff, y en ese lugar hay un ventanal. Desde ahí diviso a Álvaro subir a prepararse un segundo café. Los hermanos Durán hablan con Guayi sobre detalles de las visuales, Basualto espera sentado en su batería, lleva una polera negra de Rolling Stones con letras rojas y Gonzalo sale a fumar. A mis espaldas, Julieta y Gabriel cantan a dúo “Siniestra” del disco Canción de lejos, y mientras los miro, me doy cuenta de que él lleva puesta una camiseta negra con el rostro de Jorge González y la leyenda “Maldito Sudaca”.
Minutos después comienza el ensayo, me siento en el suelo, a lo india. Alrededor, todas las personas trabajan y yo también. Tomo nota mientras veo a Álvaro avanzar hacia al frente pandero en mano. Ensayan las posiciones de los músicos, simulan la interacción con el público, se considera al respetable en todo momento, como si fuese un integrante más. Francis toca con una belleza de guitarra Gretsch de color crema con detalles en dorado, mientras que Basualto azota su batería. Y así avanzan durante tres horas sin interrupciones. Sin duda, uno de los secretos del éxito de esta banda es la rigurosidad, el perfeccionismo, la persistencia. Francis Durán está atento a cada detalle, en el lugar hay una ley intrínseca que tiene que ver con el respeto por las visiones y opiniones de los demás. La intimidad de Los Bunkers es esta, diluida en aquello que llamamos cotidianidad.
Álvaro viste bermudas y camiseta negra. Lleva un jockey negro con una estrella roja al centro y zapatillas urbanas de color negro. Ha pasado más de una hora y media y Los Bunkers no se detienen. Tocan una tras otra las 31 canciones escogidas para musicalizar su retorno como banda. Sobre la mesa de la cocina hay dulces Suny, bebidas, leche, té, café, vasos de plumavit, azúcar y endulzantes. Hay pasteles y galletas. Sándwiches vegetarianos y carnívoros. Por la ventana se ve al grupo ensayando y asomados están Julieta y Gabriel, cantando y adivinando cuál será la siguiente canción.
La formación cambia y Basualto camina con un bombo leguero hacia adelante, los demás miembros le siguen avanzando en fila con guitarras y bajo acústico. De esta manera, dan inicio a una sección de temas desenchufados, con las canciones “Pequeña serenata diurna”, “La exiliada del sur”, “El detenido” y “Si estás pensando mal de mí”. Las versiones suenan a tardes de sol y se sienten crocantes, como tostadas con mantequilla derretida, al igual que mi alma en ese momento.
Tabaré está atento a lo que pasa de manera integral. Mauri Durán calza bototos, pantalones camuflados y polera negra. Coronan su look los pelos revueltos de su peinado. “No me hables de sufrir” solo gruñe y comienza “Bailando solo”, entrelazada a los acordes de “Wicked Game” de Chris Isaak, tocados al inicio por Mauri. El ensayo incluye los movimientos de todos sobre el escenario durante la canción y los pasos de baile de Álvaro.
Curauma se sacude.
Gonza anda con jeans azules ajustados y una polera súper ancha de color gris con un estampado de la Fórmula 1, tiene el pelo tomado y, cada tanto, bebe desde una botella jugo que trajo de su casa. En un momento sube al segundo piso y mira con entusiasmo las cosas que hay para comer. “A ver, ¿qué hay?”, dice, “¡qué rico!”. Como lo veo vitrineando la comida, aprovecho de recomendarle un par de cosas que probé, pero me dice que está en plan de desintoxicación. Luego de eso se sienta en el sillón donde también estoy yo. Tengo en mi mochila el libro Canciones de lejos (Guadalajara, Enrique Blanc, 2021). En ese texto varios autores escribimos sobre la relación musical entre México y Chile. A mí me encomendaron hacer un texto sobre la historia de Los Bunkers en el país de Juan Gabriel y, para hacerlo, los entrevisté a todos por diferentes vías en plena pandemia. Le pregunto a Gonza qué le pareció mi trabajo, y me cuenta que no lo ha leído aún. Como tengo el libro en mis manos, se lo paso abierto en el capítulo de ellos para que lo hojee, veo que comienza a leer y no se detiene hasta que lo termina. Me impresionó que haya tenido la disposición de leerlo completo, le tomó media hora, y lo hizo después de haber ensayado durante tres horas seguidas y sin haber comido nada. Pero así fue. Su comentario de vuelta vino con una sonrisa: “Gracias, está bien armada la historia, quedó super bueno”.
Cinco días después, la prueba de sonido se ejecuta en el Estadio Santa Laura, ubicado en la comuna de Independencia. El recinto ha sido escenario histórico de encuentros musicales importantes en momentos difíciles. Ahí actuaron alguna vez Nino García, Mauricio Redolés, María Paz Santibáñez, Sol y Lluvia, agrupaciones y artistas con discurso y conciencia social. A eso de las tres de la tarde nos encontramos ahí. En el camarín hay comida para ellos y los que estamos trabajando. Los Bunkers tienen un solo camarín para toda la banda, lo que me parece bonito y hasta nostálgico, porque algunos grupos se manejan en esos ámbitos por separado. Montado en una carpa de telas blancas, con iluminación en morado, el camarín Bunker tiene un par de espejos de cuerpo entero, dos ventiladores de pie, sillones y pufs grises y negros, un colgador de ropa, flores, y cosas para comer dulces y saladas. Mauri entra al camarín y allí me presenta a Alejandro Zambra, importante escritor chileno radicado en México que está escribiendo sobre el retorno del grupo desde que comenzaron los encuentros de los integrantes en México. Con Zambra hablamos acerca de escribir en medios y lo mal pagado que es este trabajo.
Salgo.
Voy al medio de la cancha y me siento en el suelo. Al estar ahí me acuerdo de Nito Mestre, cuando me contó en una entrevista que se sentó en medio del estadio River Plate a escuchar la prueba de sonido de Paul McCartney cuando tocó en Argentina en 1993 y él lo teloneó. La hija de Mauricio Basualto observa con atención y saca fotos al escenario. Tengo una pulsera de acreditada que dice Montaje, y sobre el escenario tocan Los Bunkers para catorce personas. Álvaro dice irónicamente por micrófono: “Llegó poca gente, pero igual estamos agradecidos de los que vinieron a esta jornada”. Saca risas y aplausos de los presentes.
Tabaré se pasea por el escenario con las manos en la espalda. Lleva el ritmo con su cabeza. Mira el suelo mientras se mueve. Está el papá de los hermanos Durán presenciando el trabajo de sus hijos. Le cuento que me emocionó el momento en el que Mauri habla de él en su libro (Canción para mañana, Planeta, 2022), específicamente cuando habla de cómo fue su primer acercamiento a la guitarra y donde él, su padre, tiene un rol fundamental. Le digo que a mí también me marcó una experiencia junto a mi papá, que fue quien me llevó a mi primer concierto a los 12 años. Con dificultad, por lo fuerte que suenan los instrumentos, él me cuenta que llevó a sus dos hijos a un concierto de Los Prisioneros en el año 88. Mauri tenía diez años y Francis cuatro. Fue el primer concierto de rock para ambos. Me dice que cada vez que se intentaban ir del lugar, los niños lloraban, querían quedarse, maravillados con lo que veían. Él y su esposa decidieron subir a sus hijos a los hombros para que pudieran ver el espectáculo hasta el final y, cuando llegaron a la casa, ambos tenían moretones en el cuello causados por los saltos eufóricos de los pequeños que se movían al compás de las canciones de Los Prisioneros. Mientras me relata estos pasajes de su vida y su familia, logro dimensionar la fascinación temprana de los hermanos Durán con la música, además de escuchar de boca de su propio padre cómo se comportaron durante ese recordado concierto. Sin duda, pienso, comenzar el camino de la música yendo a ver a Los Prisioneros en los años 80, y que además ese sea tu primer concierto de rock, hace que todo tenga un sabor a destino.
“Me voy a bajar una pendejésima”, le dice Francis a Chalo González por micrófono, mientras suben al escenario la bola disco gigante del segmento de la canción “Bailando solo”. Un rato antes había pasado por ahí y me saqué una foto junto al elemento estrella de mitad del concierto antes que lo elevaran sobre el escenario. Álvaro bromea haciendo los cánticos que Freddie Mercury hacía para interactuar con su público: “Eo, Eeeeeeooo”.
Las horas pasan, el sol se aleja dejando de iluminar y la tarde aterriza con un poco de frío. Estoy sentada sobre el escenario, el lugar donde en menos de veinticuatro horas se escribirá historia. Los Bunkers continuarán trabajando hasta avanzada la noche: deben vestirse con la ropa que usarán el fin de semana para grabar algunas escenas del documental de su regreso. Este último trecho los pilla agotados, se hace tarde y parece que no terminan más. Mauricio Basualto se pasea, está cansado, aburrido y con frío. Preocupado porque mañana no estará bien para el show. Los otros Bunkers se sientan, conversan entre ellos, ha sido una jornada cansadora.
Puedo ser quien quiero ser
A las cinco cuarenta y dos minutos del día siguiente, ingresan los últimos alimentos al camarín de Los Bunkers, que llegaron pasadas las seis de la tarde alegres y motivados. Un rato después, es la hora del esperado “meet & greet” y los músicos toman posición para recibir a sus invitados: fanáticos que llegan con poleras y vinilos para que los integrantes se los firmen. Se sacan fotos, hacen videos y, luego de eso, algunas personas del universo artístico chileno entran a saludar. Los comediantes Alison Mandel junto a Pedro Ruminot, también la actriz Catherine Mazoyer y, al final, hace ingreso la cantante Myriam Hernández, que se saca fotos con el grupo manifestándoles su total admiración. Después de eso caminamos con Mauri hasta detrás del escenario, voy a hacerle algunas preguntas en formato entrevista como lo he hecho con sus compañeros, con la idea de robustecer mi crónica. Mientras caminamos, le digo con chispeza “Soa Myriam” y me contesta “Mío, mío, quiero tu amor solo mío” cantando. Por supuesto que yo me sumo, también sé las canciones de Myriam. “Tiene buenas canciones”, me dice.
Marcelo Aldunate es un destacado hombre de radio, exdirector de Rock & Pop, histórico promotor y amigo de Los Bunkers. Para estos shows oficia como “DJ Aldunate” y tiene al público en llamas con su set, en el que incluye con resultados efervescentes “El baile de los que sobran” de Los Prisioneros. En el momento en que salimos con Mauri, suena la noventera “Connected” de Stereo MC’s y, desde el escenario, Antonella Sigala, que registra la performance de Aldunate, al vernos nos apunta con su cámara y nos registra bailando con un video y algunas fotos. En ese momento, un poco más allá, están Francis Durán y Gonzalo López, junto a su esposa y el pequeño Damián, su hijo.
Natalia Pérez, líder de Cancamusa, se prepara para abrir la jornada que quedará para la historia. A las siete de la tarde subo detrás de ella por las escaleras del costado del escenario. Está un poco nerviosa, pero de fondo suena “Aleluya” de Cecilia La Incomparable, nuestra diva del pop. Nada puede salir mal después de esta señal divina. La presencia femenina en este retorno no me es indiferente. Hay camarógrafas, managers, tour managers, directoras audiovisuales, fotógrafas, incluso yo sumo en el conteo de mujeres trabajando alrededor de la banda, ocupando posiciones que hace unos cinco años les hubiesen pertenecido en mayoría a colegas varones. Pero ahí estamos, nos reconocemos y celebramos que las cosas han estado cambiando positivamente para nosotras.
Llevo puesta una camiseta con una viñeta de Jorge González, diciendo “Mejor, compremos chocolates” del dibujante Malaimagen. Voy caminando por el pasillo que une a todos los camarines en el backstage y, al fondo, veo a Guayi con la cabeza inclinada hacia un lado viéndome avanzar. Cuando estoy suficientemente cerca, descubro que está intentando leer el texto de mi polera, y al darse cuenta de que es una de las letras del disco Corazones de Los Prisioneros, me dice concluyente: “Tú eres como un griot de la música chilena”. Días después supe lo que significaba: “Un griot es un narrador de historias de África Occidental. El griot cuenta la historia como lo haría un poeta, un cantante de alabanzas o un músico ambulante”.
Mientras Cancamusa actúa, algunos técnicos reposan en hamacas que instalaron debajo del escenario. Los últimos vestigios de luz del día se viven con cierta ansiedad dentro del backstage. Falta media hora para el show y Los Bunkers se concentran en su camarín. Hay un silencio generalizado y una suerte de nerviosismo contento en el ambiente. Los últimos trabajadores que están ahí se retiran para tomar posición en sus puestos: técnicos, sonidistas, audiovisuales. Tabaré acompaña a los muchachos en todo momento, en minutos caminarán por el túnel que los llevará a transitar el comienzo de su futuro.
En la cancha, la prensa está atochada, llegaron camarógrafos y fotógrafos de distintos medios, todos esperan capturar con su lente el esperado momento. Se apagan las luces, el público grita, aúlla, llora incluso. La emoción es colectiva, sale de las bocas, de los ojos y de las manos de la audiencia, se eleva en forma de nube hasta llegar a lo alto de la bola disco. Los zapatos del público están listos para bailar todos en la oscuridad. Todos estamos donde queremos estar. Suena por los altavoces “Solsbury Hill” de Peter Gabriel, y por las pantallas se proyecta la letra de la canción: “Hijo”, dijo él, “toma tus cosas, he venido para llevarte a casa”.
Créditos:
Escrito por Johanna Watson
Arte: @Jofreconjota
Fotos: Johanna Watson
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