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Los especialistas son peligrosos. En muchos aspectos, más que los ignorantes. Frente a ellos, Huxley abogaba por una ignorancia enciclopédica. Por mi parte, prefiero invertir el refrán castellano. Quien mucho aprieta, poco abarca. Tras todo refranero hay una agenda política. ¿Por qué considerar que apretar es mejor que abarcar? ¿Desde cuándo? El mundo está abocado a graves peligros si se pone en manos de los especialistas. La realidad es factorial y panorámica. Desde el pozo del especialista no hay visión ni perspectiva.

Frente al experto, aparece la figura del impostor. “Quien no se ha sentido alguna vez un impostor, probablemente lo sea”. La frase de Horacio está llena de sabiduría. Hoy, cuando todo el mundo vende su especialidad, parece que hemos perdido la sensibilidad para apreciarla. En una carta a su amigo Nicolas Remond, Leibniz dejó escrito que todo lo que afirmemos de la realidad es cierto, lo que es falso es lo que le negamos. Niels Bohr complementó esa idea afirmando que la naturaleza siempre responde a nuestras preguntas en el idioma en el que se las planteamos. Cada ciencia cocina en su propio laboratorio un lenguaje particular. Y recibe de la naturaleza, siempre cordial, la respuesta en esos mismos términos. Por esos hay tantas narraciones como disciplinas científicas. Pero lo que el experto no sabe, lo que no ha aprendido, es a ironizar sobre su propio lenguaje. Precisamente es experto por eso, porque es disciplinado y no se sale del pozo de su especialidad. Asume el punto ciego, el ángulo muerto de su propia galería. Todo conocimiento especializado vive, por así decir, en su propia celda. Y lo que ocurre en los monasterios, como lo que ocurre en los laboratorios, es falso. Ambos lugares destilan una pseudo realidad, que ha controlado artificialmente la presión y la temperatura. La probeta, como la celda del monje, tiene poco que ver con la vida, que ocurre a cielo abierto.

Frente al especialista, el ignorante enciclopédico mete las narices en todas partes, husmea en todas las disciplinas. Conoce, de modo más o menos vago, todos esos lenguajes, los traduce y, si es posible, construye puentes. Sabe que la realidad no es exclusivamente química, ni física, ni biológica, ni siquiera psicológica o filosófica. Sabe que todas esas disciplinas son meros modos de aproximación. Bruno Latour lo dijo poco antes de morir. El instante de la muerte es el momento propicio para reírse de la propia especialidad, para desprenderse de las propias opiniones. El momento mágico para darse cuenta de que el impostor es el experto.

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