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Muchas veces nos despertamos de un sueño con la sensación de no querer que el sueño se pierda. Sabemos que abrir los ojos y volver a anclarse a la realidad supone ir progresivamente olvidándolo. Nos gusta a veces quedarnos aún con los ojos cerrados, aprehendiendo esa sensación dormida y tratando de observarlo como una piedra preciosa desde diferentes perspectivas. Tratando de volver a recuperar ya no sólo el contenido de lo soñado sino las diferentes sensaciones y emociones que hemos tenido en el acto de soñar. Es un interregno muy especial, esa ambivalencia -de mano ya derrotada- de saber que no queremos irnos, pero sabiendo que es preciso marcharse.
El tiempo de la enfermedad es complejo. Y esta complejidad es mayor aún -o quizás no es complejidad sino todo es de una desnudez abrumadora- en personas mayores. Todo es más lento en las personas mayores. Hablábamos de esto en algún momento. El problema del sistema sanitario y del cambio demográfico y de tener una población mayor es que lógicamente todo es más lento. Cuantitativa y cualitativamente. Harán falta muchas cosas, ya hay mucho escrito, pero un tema muy evidente es que las personas nos volvemos más lentas y necesitamos un sistema que se vuelva más lento. Y lo más lento pasa por que todo sea más social.
El tiempo además es otro. El anclaje a la infancia habiendo olvidado lo reciente. La cercanía del pasado y de cómo ciertos tiempos verbales ya no son tan importantes de conjugar: los pretéritos y los futuros. El tiempo es diferente cuando ya no hay puntos de referencia alrededor. El tiempo es impreciso cuando los condicionales son retóricos. A la propia dimensión del tiempo-edad se le suma la dimensión del tiempo-enfermedad. Decíamos en Atención Primaria o Barbarie con el video de Up: en la enfermedad el tiempo se enlentece y se vuelven precisas ciertas aristas que tiene la realidad, el mundo gana nitidez, curiosamente la narrativa del sufrimiento, del miedo y del dolor dan más nitidez. La narrativa de la enfermedad suben el contraste, la nitidez y la saturación de la foto de nuestros cuerpos en el lugar en que vivimos.
A las alteraciones temporales se suman las alteraciones de los espacios perequianos (de Perec. Especies de Espacios) donde vivimos. Muchas personas -no lo olvidemos- muchas- no lo olvidemos desde nuestras vitrinas privilegiadas- muchas personas -no olvidemos la puta empatía- muchas, viven en espacios pequeños y difíciles, muchas. Y varias viven en situaciones donde no les gustaría vivir o donde a veces las expectativas del Sistema nos dice -expectativas del mercado y condicionamientos sociales- no deberíamos vivir. La desigualdad del Sistema es esa que te genera un estigma en el frontal y una descarga de adrenalina en las arterias llenas de etcéteras diciéndote que nunca vas a ser feliz si no vives como el Sistema te propone. Un Sistema invisible y sutil, de emplazamiento de producto, que te viene condicionando desde la cuna hasta la tumba. Más aún. Además y en muchos casos, y la premisa es bien sencilla, muchos no viven donde ni con quién les gustaría vivir.
Y en ese entresijo de enfermedad de tiempos y espacios poliédricos (la piedra preciosa de un sueño del que tratamos de rescatar y pulir emociones) la respuesta sanitarista e hiperbiologizada olvidando el resto – a veces muy evidente, pero quizás por ello muy despreciado- es una pura necedad. Lo más lento y lo que ocurre en espacios singulares requiere un abordaje más integral. La enfermedad no se engrana aisladamente en un cuerpo, se engrana en un cuerpo biológico que se mueve en tiempos y espacios complejos. Y la respuesta ha de ser, por tanto, compleja y social. Y de cuidados. Con la imagen aquella de ciudades y barrios y sociedades que cuidan.
Hay que tener cuidado con las apostillas. Es un error que aquellas personas que estamos de acuerdo en ciertos objetivos comunes nos pasemos la mayor parte de nuestra vida haciéndonos comentarios, corrigiéndonos o reinterpretándonos unos a otros. Teniendo en cuenta la grave situación mundial que tenemos actualmente (no lo digo hiperbólicamente) y que se puede agravar en un futuro inminente es un error mayúsculo que aquellas personas que tengamos cierta visión y objetivos comunes perdamos tiempo corrigiéndonos y estableciendo sutiles fronteras entre nosotros (iba a decir nosotras, pero eso ya podría hacer eclosionar una apostilla que nos desviara de un objetivo compartido). Los cementerios del planeta están llenos de los efectos colaterales de los «sí, peros». Lo digo en voz alta y confieso la soberbia de muchos «si, peros» pronunciados por mí. Los egos hay que guardárselos en los bolsillos del pantalón y tener cierta confianza. Callarnos -y escuchar- es a veces la mejor forma de seguir conversando.
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